10 junio, 2023

De La Gomera a Venezuela en el Telémaco

18 de junio de 2014

Antonio Álamo Lima
Canarios en el Mundo.

Como el gigante durmiendo /que coloso se levanta /vimos la primera planta / del soñado Continente /arrogante y floreciente /el abismo desafía / allá por la noche impía / por el dieciséis llegamos / y en La Guaira fondeamos / muy lejos de la bahía.(Décimas de La Odisea del Telémaco de Manuel Navarro Rolo).

Los preparativos para el viaje en el Telémaco
Corrían los últimos años 40 y 50 del siglo pasado cuando todo eran penurias y escasez en las Afortunadas. En la mente de numerosos canarios estaba la huida de su querida tierra allende los mares en búsqueda de la prosperidad que su patria chica les negaba tanto a ellos como a sus hijos. En consecuencia, comenzaba el último gran éxodo con la mirada puesta en el otro lado del Atlántico, en la soñada Venezuela. Sus abuelos, en circunstancias similares, habían viajado a Uruguay, Argentina y Cuba, pero ahora lo acertado y seguro para sus propósitos era la cuna de Bolívar, en donde tantos canarios durante la colonia habían resuelto sus problemas.

Algunos que dejaban sus pueblos para emigrar lejos de su terruño, podían embarcar a la “Tierra Prometida” en viajes regulares, programados y con sus documentos legalizados. Las embarcaciones en las que hacían la travesía correspondían a compañías con una ruta periódica entre los puertos canarios y los de Venezuela.
Otros no tuvieron ese privilegio. La gran mayoría, tuvo que recurrir a los veleros clandestinos para llegar a las costas americanas pues sus posibilidades económicas y la ausencia de identificación legalizada, no les permitían un viaje en navíos de líneas organizadas.

Emigrar con la intención de superar esa precaria economía personal o familiar que los acosaba significaba, según las circunstancias, la obligación de recurrir a prestamistas, en ocasiones usureros y aprovechadores, que les facilitaban el dinero para el viaje a cambio de un aval que podría encontrarse en fincas y en otras propiedades. También hubo quienes lo pagaban con víveres que proveerían la despensa del velero en el que navegarían. El objetivo era realizar el viaje que tanto añoraban.

Los que cubrían el trayecto en tales condiciones, lo hacían de manera ilegal; por tanto, para los arriesgados a llevar a cabo esta hazaña de atravesar el Atlántico era necesario que la planificación y organización se hiciera de forma soterrada. Los contactos entre amigos y conocidos tenían que ser silenciosos y furtivos por temor a que el plan llegara a los oídos de las autoridades y a los de la temida Guardia civil y, entonces, sus proyectos no solo se vendrían abajo sino que encima los detendrían.

Los que, aún con las dificultades que tuvieron antes de salir, se atrevieron a dar el salto, lo hicieron con la certidumbre de que la travesía, más que en veleros, la harían en “cáscaras de nuez”, por las escasas condiciones que tenían las embarcaciones para la navegación, tanto que en ocasiones fueron desguazadas al llegar a las costas americanas. También sabían que al llegar a tierra firme los apresarían las autoridades venezolanas dada su condición de indocumentados; salvo que alguien, generalmente un familiar o buen amigo, estuviera esperándolos para regularizar su situación.

A pesar de los temores y adversidades, desde el año 1.948 hasta el de 1.951, según la magnífica obra de Javier Díaz Sicilia, “Al suroeste la libertad”, se registraron cuatro mil personas entre pasajeros y tripulantes, en sesenta y dos veleros.

Travesía en búsqueda de un futuro esperanzador

Uno de los últimos veleros y quizá el más emblemático es el «Telémaco” el cual, después de varias idas y vueltas entre La Gomera y Tenerife, salió finalmente de La Isla Colombina, exactamente de Valle Gran Rey, una fría madrugada del 9 de agosto del año de 1950. “Salimos a vela y motor dejando El Hierro a la derecha, y si usted se agarra del borde del barco, usted puede sacar un cacharro del agua con la mano. Íbamos railecitos”, decía en su momento uno de los viajeros.

Esta nave de apenas 27 metros de eslora hizo el último viaje a las Américas cargando en su vientre 171 almas, 170 hombres y una mujer, Teresa García, que viajaba, acompañada de su tío y capitán del navío, para encontrarse con su esposo que la “reclamaba” legalmente.

Crónicas y testimonios de esos años reflejan que estos trayectos ilegales se convertían en aventuras más o menos peligrosas y temerarias según las condiciones del tiempo y del velero fueran mejores o peores. Asimismo, las relaciones entre los pasajeros y la tripulación fueron determinantes para que en cada itinerario hubiera o no graves problemas, por eso la vida diaria era bastante organizada para evitar conflictos. Como en todas las aventuras, pronto algunos se convirtieron en líderes de la expedición. Se establecieron turnos y raciones para la comida y el agua. Había un botiquín para primeros auxilios que apenas contaba con algunas aspirinas, calmantes y penicilina conseguida de contrabando, a través de los famosos “cambulloneros”.

Los primeros días eran entretenidos y esperanzadores entre cuentos y cantos. Poco a poco, el Telémaco iba tragando millas y acercándose a las costas americanas, todo era apacible hasta que el día 24 de agosto, el cielo comenzó a encapotarse y llegó la tormenta. Los que vivieron este episodio dicen de esos momentos que fueron horas de angustias y desesperanza.

Cuentan que el velero se tornó ingobernable, al punto de verse en la necesidad de picar las velas ante la imposibilidad de arriarlas. El temporal hizo mella en los pasajeros que vieron como la tempestad se llevó provisiones, agua y las maletas de varios. La escasez de agua, que ya se había presentado antes de la tormenta, se convertiría en una auténtica pesadilla que los acompañaría hasta arribar a tierras americanas. Los nubarrones de los cielos no eran mayores que los de sus mentes ansiosas y preocupadas.
Por si estos males fueran pocos, varios días después volvieron a ser objeto de otra borrasca, aunque, afortunadamente, de menor intensidad.

Se aproxima la “tierra prometida”

Puerto de La Guaira en Venezuela
Puerto de La Guaira en Venezuela

El día 30, la esperanza llegó a los corazones de los viajeros del balandro: en el horizonte divisaron una columna de humo, que arrojaban las chimeneas de un buque. Era el petrolero español “El Campante”, que se acercó y les dejó agua, aceite y otros víveres. Volvió la confianza y creció la ilusión.

La primera tierra que avistaron, exactamente después de 37 días de viaje, fue la Isla de Martinica, de donde les llegaron las luces del faro del Roque del Diamante, situado al sur. Después de una escala de cuatro días, con nuevas fuerzas partieron hacia Venezuela con una carta marina que les dio el capitán canario del Jaime I, lo que les llevó 5 días más de navegación.

Por fin, al atardecer del 16 de septiembre llegaron a puerto venezolano. Fondearon en frente del faro del aeropuerto de Maiquetía y al amanecer del siguiente día, tomaron rumbo a La Guaira, el principal puerto de Venezuela.
Trascurrieron 43 largos días desde que abandonaron sus queridas islas Canarias. Cansados y agotados, fueron recibidos por las autoridades y corrieron la suerte que sabían les esperaba: la prisión. Algunos fueron llevados al retén del Rastrillo y luego a la cárcel Modelo de Caracas. Días después, otros trasladados a la isla de La Orchilla.
La tripulación fue entregada al cónsul español que los envió a su país repatriados en el mercante “Conde de Argelejo”. Quien sí se liberó de la detención fue Teresa García, como lo contó en Caracas durante una entrevista en el programa radial Canarios en el Mundo, al señalar que nunca fue detenida pues la esperaba en La Guaira su marido, quien le había arreglado los papeles para su ingreso legal.

Junto con El Telémaco llegó El Doramas y pocos días más tarde El Anita, con los que se completó y finalizó la emigración clandestina a Venezuela.


Bibliografía:
DÍAZ SICILIA, JAVIER. Al suroeste la libertad.
G. Canarias. La emigración clandestina en Canarias, El Telémaco