“¡Mira! ¡Mira! Ya vienen acercándose los tres Reyes Magos», recuerdos de la infancia
CEEM. Caracas, 5-1-2016
Antonio Álamo Lima
Recuerdos de la infancia en Valverde de El Hierro
“¡Mira! ¡Mira!. Ya vienen acercándose a Valverde los tres Reyes Magos. Están bajando por la montaña de Ajare. Traen todo su séquito. Los Reyes en camellos y los demás en caballos, yeguas, algunos a pie… También acompaña a la comitiva una gran cantidad de burros, cargados de presentes.
«¡Pero muchacho, qué te pasa? ¿En serio que no los divisas por entre la niebla?”
Recordamos que eso nos decían, de forma «machacona», en la tarde-noche del 5 de enero, nuestros abuelos, padres, primos mayores y hasta uno que otro vecino. Y nosotros que nada, que nos era imposible ver entre la tupida bruma que, casi siempre, cubre La Villa y que hacía que las pocas bombillas que, para esa fecha, intentaban alumbrar sus empedradas calles, reflejaran figuras fantasmagóricas.
Y los mayores volvían a la carga: “ya salieron de Ajare, ahora van por delante del cementerio, camino de San Juan».
«A ti lo que te sucede es que no los ves porque estás muy cansado, es que no has parado de canquear durante todo el día. ¡Anda!, ve a la cama y trata de dormirte rápido que si te notan que estás despierto no te van a dejar ningún regalo!»
Por último recordaban y recomendaban que antes pusiéramos en el quicio de la ventana un plato con agua y otro con millo, cebada o lo que hubiera en la casa para las bestias, porque debían venir cansadas. «Acuérdate de que tienen que entregar regalos a todos los niños del mundo. No, a todos no…, a aquellos que se portaron bien, que estudiaron, que obedecieron a sus padres, que no hicieron ninguna ruindad”.
Por supuesto que nos considerábamos incluidos en ese lote pues nuestra conducta, sobre todo en los últimos días, después de despachar la carta a Oriente, había sido intachable. Entendíamos que la investigación de Los Magos no iba a abarcar periodos muy anteriores y que no nos iban a tener en cuenta algunos pequeños pecados: Perdernos cuando nos llamaban nuestros padres para que hiciéramos algún mandado, decir alguna “mala palabra”, jurar en vano – eso sí, con los pies cruzados porque, nos decían, anulaba el juramento – o tener alguna pelea con nuestros hermanos cuando creíamos que nos habían colmado la paciencia.
Tratando de no acumular otra infracción, obedientes nos íbamos al lecho, manteniendo, a pesar de la advertencia recibida, un párpado medio abierto con la intención de ver a Los Reyes cuando pasaran frente a nuestra casa, aún corriendo el riesgo de que nos descubrieran y siguieran de largo sin dejarnos la pequeña caña de pescar que se exhibía, desde principios de diciembre en uno de los escaparates de una tienda de “La Calle”, incluida en nuestra lista de peticiones.
Poco debimos aguantar en nuestra intención de mantener un ojo entrecerrado, pues sólo recordamos al día siguiente, bien temprano, cuando el sol aún no aparecía por el horizonte, una gran algarabía infantil que nos despertaba y allí, entre nuestros zapatos, se hallaba el regalo que nos mantuvo en zozobra todo el mes.
Únicamente quedaba esperar con impaciencia a que el día clareara para dirigirnos a La Plaza del Cabildo a reunirnos con hermanos, primos y amigos para conocer lo que les habían dejado a ellos y compartir todo un variado repertorio de trompos musicales, o de madera de moral, que, decían, duraban toda la vida. Pelotas y balones, espadas y carros de madera, que los eléctricos llegaron más tarde, cuando Japón comenzó a invadir el mundo de la diversión. Pistolas, ametralladoras, y algún que otro arco con flechas, juguetes que al parecer antes no traumatizaban ni empujaban por la senda del mal, ya que no conozco a ningún compañero de juegos infantiles que haya tomado este equivocado camino.
Estos son los recuerdos de mis primeros años, pues luego me viene a la mente que al pasar el tiempo, y a poco de llegar a Caracas, me encontré con una, entre tantas sorpresas: no sólo los Reyes Magos se acordaban de los niños buenos por Navidad… Aquí me sorprendí al conocer que El Niño Jesús también había nacido no sólo para llenar el mundo de amor, sino para traer a los pequeños de este lado del Atlántico, regalos en recompensa por su buen comportamiento.
Y tambíen me di cuenta de que en eso, como en muchas otras cosas, tenían ventajas los infantes de esta parte del charco, pues podían disfrutar de sus juguetes desde el 25 de diciembre hasta el 7 de enero y no como los chicos en Canarias que, al día siguiente al de Reyes debíamos regresar al colegio con el dolor de dejarlos, en muchas ocasiones a disposición de nuestros pequeños hermanos, que aún no asistían a las fuentes del saber, lo que nos mantenía en la escuela en continuo estado de intranquilidad, pensando si a nuestro regreso estarían todavía aprovechables.
Con el paso del tiempo nos fuimos adaptando, nuestras costumbres fueron cambiando, pero siempre entre nosotros permanecen y permanecerán aquellas entrañables Navidades y Días de Reyes que tanto disfrutábamos, costumbres que muchos hemos transmitido a nuestros hijos y ellos, a su vez, a sus hijos.
Hay algo que es muy importante y que nos llena de satisfacción: Guardamos en nuestra mente vivencias de éste y del otro lado del mar, y aún, sin darnos cuenta, hemos hecho de unas y otras, parte de nuestras vidas.
¡FELICES REYES!
Antonio Álamo Lima
CANARIOS EN EL MUNDO