Conmovedor recuerdo de José Francisco Armas al luchador canario Juan Barbuzano

Por José Francisco Armas Pérez
CEEM. Domingo, 2 de abril de 2023
BARBUZANO
Necesito escribir algo sobre Juanito, Juan el de Toribio, El Pollo de Isora, El Pollo del Hierro, Juan Barbuzano y quiero hacerlo para desahogar mi dolor y mi tristeza por su fallecimiento, y lo hago entre lágrimas por tantos recuerdos, esas vivencias que se tienen de niño, que se mantiene de joven, y se amontonan de viejo, ya que es en este momento de la vida cuando afloran con mayor fluidez, tal vez porque es lo que va quedando: los recuerdos.
Mis remembranzas se remontan a unos años donde Juanito corría por los caminos, veredas y barrancos de Isora buscando nidos con Miguel Ángel el de Aniceto, con Vidalucho, con Daniel, con mi hermano Eugenio, con Chencho y con tantos otros muchachos que nacieron en mi pueblo y allí crecieron hasta que el destino los fue acomodando a su capricho, casi todos en la emigración, y que a Juan el de Toribio lo llevó por un camino en el deporte vernáculo que solo los más grandes han transitado.
Recuerdo como un garaje de la casa de su padre (tal vez el único de Isora) se convirtió, de la mano de Marcelino Padrón, en una escuela del arte y de la maña, del saber estar y de la educación en un terrero de lucha canaria, valores que mantuvo tanto en los corros de brega como en su propia vida. De allí, de aquel espacio pequeño, con piso de cemento cubierto de serrín, con dos argollas colgadas del techo y dos grandes piedras redondas, cada una con un hueco en el centro, por donde se introducía una barra de hierro que hacían de pesas, era todo. No hizo falta más, solo un gran maestro y un mejor alumno. De allí salieron otros grandes luchadores que también han escrito bellas páginas de nuestro querido deporte, hoy mortecino en nuestra isla herreña, pero el Pollo de Isora, se convirtió en el Pollo del Hierro y unos años más tarde, por mérito propio, en el Gran Barbuzano.
Tengo en mi memoria de niño sorprendido, verle en La Torre (así se llama el lugar donde está su antigua casa) él ya mozo, 18 o 19 años, llevar dos barrilles llenos de agua, uno en cada mano, sin apoyarlo en los hombros, hacia las cuadras donde su abuelo Juan Martín atendía a unas reses que su padre, Toribio, fungía de marchante.
Ya con un recuerdo más postrero, le veo en su coche mercedes recogerme por La Cuesta con otros compañeros y subir a La Laguna a entrenar todas las tardes en el pabellón de la Universidad , y allí se fajaba, dando ejemplo de todo cuanto puede dar un hombre íntegro y un deportista de élite, su nobleza, su sencillez nos sorprendía, trasmitiéndonos que el luchador, entre otras muchas cosas, es aquel que permite que el contrario pueda luchar, y que del arte de ambos, del choque de la destreza en las mañas, surge la magia como la posibilidad de caer o tirar, haciendo realidad aquella frase de prestancia que me contó D. José Padrón Machín que le dijo D. Ramón Méndez a un corpulento cura en Gran Canaria que lo invitó a comer a la casa parroquial con la intención de medirse con el coloso herreño. Ya dispuestos a la contienda, con una sobrina del anfitrión como único testigo, don Ramón le preguntó:
-¿Está agarrado caballero?
-Sí, le contesto el religioso.
-Entonces vamos a luchar.
Barbuzano en su grandeza fue eso, nada más y nada menos. Luchaba con el grande como grande, y con el pequeño como pequeño. Nunca le vi tirar a un inferior sin arte, sin permitirle que demostrara su entereza. Nunca tiró a otro luchador de menor talla con mala maña, sino todo lo contario, valorando su capacidad y esfuerzo, manteniendo en todo momento un pundonor exquisito con todos los que tuvimos la suerte de ponernos los pantalones de brega y de tirarle la mano a la espalda, bien haya sido en competiciones o en los entrenamientos. De ahí su grandeza.
Recuerdo una anécdota de una tarde de verano no tan lejana, que llegó a Isora con su amigo Chencho a buscar fruta y se encontró con mi hermano, ya los dos, careados por las enfermedades, y después de saludarse y recodar algunas de sus nutridas historias, ya con pasos lentos y casi aguantándose uno al otro, cruzaron la carretera y entraron a la cantina a tomar una manzanilla. Saludó a los vecinos del pueblo que pasaban la tarde. Invitó a los presentes y uno de ellos, cuyo nombre recuerdo, que ya contaba más de 80 años, pidió un ron. Sorprendido Juan, le preguntó a mi hermano:
– ¿Todavía sigue bebiendo?
– Con este lleva ya siete- Como es la vida. Yo, que nunca he tomado alcohol…
Solo son unos recuerdos en un momento triste de quien le conoció, y que me permito relatar para los que nos relacionamos con él, los que sentimos el vernáculo deporte y sobre todo para su familia, con la que me uno en el dolor.
José Fco. Armas.